
Mucho más que un vestido de fiesta o de noche
Las palabras importan. Pensemos en un vestido de noche y en uno de fiesta. Se trata básicamente de lo mismo, pero, instintivamente, nos catapultan a diferentes escenarios: el primero, a un gran baile estilo El Gatopardo, y el segundo, a una fiesta en una piscina de Hollywood. ¿Y si existiera una tercera opción? ¿Otra forma de experimentar esos looks que nos permitimos en ciertas ocasiones?
Todas quietas, ya las veo jugando la carta “descalzas en un chiringuito en Ibiza”, que está bien, no digo que no, pero yo prefiero los desafíos. ¿Os pondríais un vestido largo, completamente plisado, para un concierto de Billie Eilish? A las que responden que sí de inmediato les digo: “Bien dicho, hermana, así se hace”.
Y aquí quiero molestaros a vosotras, las tímidas, que tenéis un deseo loco de jugar con vuestra imagen pero luego termináis apostando siempre a lo seguro. Lo sé, soy la Gran Sacerdotisa del Vestir según la Ocasión, una devota del "piensa bien lo que vas a hacer antes de elegir qué ponerte" y ciertamente no niego mi culto al sentido común.
Si hace un poco de fresco, nada mejor que un jersey encima de un vestido camisero de popelina y unas sandalias abiertas. ¿Tienes una reunión de trabajo y debes hablar ante toda la junta directiva? Tal vez debas optar por un traje de pantalón de lino con chaqueta cruzada y unos zapatos slingback efecto pitón. Pero nadie te impide reinventar el vestido de fiesta a tu gusto.
Da rienda suelta a tu creatividad, sorpréndete a ti misma y olvídate de las definiciones en las que algunos quieren encasillarte. Si te escuchas y permites que tu verdadero yo emerja con toda su energía, fuerza y complejidad, te aseguro que te divertirás más de la cuenta. Y ojo, no hablo de forzar ni de aparentar, es justo todo lo contrario.
Cristina Manfredi
