“Los vestidos deben reforzar la confianza en una misma”, me dice Teresa luego del exquisito almuerzo bajo las glicinas con sus mejores amigas, mientras cantamos como dos adolescentes grandes éxitos italianos del concierto en directo de Renzo Rubino y Chiara Galiazzo, una sorpresa extra para los invitados rendidos ante la atmósfera de cuento de hadas del lugar. Mucha gente afirma que la moda puede aumentar la autoestima, pero Teresa consigue hacerlo realidad. “Busco el punto medio, ese algo que nos siente bien a todas, para vivir el día a día”, añade, y ahí está, la palabra mágica de la que hablaba antes.
Una no se cansa de la ropa para vivir, de hecho cada vez se disfruta un poco más. Cuando, dentro de unos años, me ponga ese caftán recordaré el momento en que lo vi por primera vez, aquel cálido día de junio entre mariposas, estanques llenos de nenúfares, una larga mesa decorada con amor, el carrito de helados entre los árboles, la mesa al aire libre para pintar con acuarelas, las risas, los abrazos y el agradecimiento por ese oasis de relajación en medio de una semana frenética. Y quién sabe qué otras nuevas emociones viviremos juntos.