Sé lo que has hecho este verano. Sé que te ha costado unos días desconectar del todo. Pero por fin has disfrutado de los desayunos tranquilos, las siestas sobre la arena y los paseos al atardecer. Y, con el fin de las vacaciones, te han entrado unas ganas incontrolables de organizarlo todo. Lo sé, porque a mí también me pasa y porque, cuanto más hablo con la gente, me doy cuenta de que septiembre es el verdadero Año Nuevo, con la vuelta al trabajo, al colegio y a la rutina.
En cuanto volviste a la oficina, te apuntaste de nuevo a pilates y, de paso, despachaste los correos atrasados mientras esperabas en la puerta de embarque el vuelo retrasado. Has hecho bien. No aprovechar ese impulso posvacacional es un desperdicio. Mi consejo es simple: maximízalo.
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Hablemos del look de oficina: quizá te hayas pasado un poco con el presupuesto en agosto y ahora quieras ahorrar en septiembre... Pero dime, ¿de verdad crees que no invertir en prendas que te acompañarán tantas horas al día es una buena idea?

Cuando trabajo desde casa, me comprometo a sentarme frente al ordenador vestida de manera digna. No es que vaya por casa con crinolina y tacones de aguja, aunque a veces me los pongo para una videollamada importante, porque me dan fuerza y paciencia cuando solo me miran mis gatos.
Con una camisa azul claro con cuello brillante y unos bonitos pantalones color camel, puedo concentrarme con mayor facilidad. Es una forma de respetar mi trabajo. Y cuando tengo un compromiso, disfruto explorando mi armario en busca del vestido perfecto para la ocasión. Trabajar en el mundo de la moda es un estímulo extra, lo sé. Pero aún no he encontrado a una mujer que no disfrute cuando se viste bien. No se trata de seguir un canon, sino de algo simple y esencial: cuidar de una misma.