Ya ha llegado julio, donde yo vivo hace un calor abrasador, mi bandeja de entrada está repleta de mensajes etiquetados como URGENTE y no tengo la menor idea de qué voy a hacer este verano. Podría dejarme llevar por la ansiedad de “todos se van a divertir muchísimo excepto yo”, sentir lástima de mí misma o, peor aún, apresurarme a organizar un viaje serio de último minuto, pero ¿sabes lo que te digo?: ¡a quién le importa! La incertidumbre a menudo conduce a vacaciones memorables, así que me centraré en mis propósitos de verano.
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Por eso he decidido que el 2025 será el año de los propósitos locos. Sígueme, mi plan tiene lógica. Si durante toda mi vida he dejado de lado las buenas y nobles intenciones, veamos qué pasa si ahora me lanzo con propósitos disparatados. Quizá esta cabecita mía, tan de llevar siempre la contraria, acabe por empujarme a hacer justo todo lo que jamás habría imaginado.
En lo que respecta a la degustación del “Pitufo”, me siento bastante segura de que lo voy a conseguir. Al fin y al cabo, es una pequeña inversión que quizá termine por gustarme. Incluso convertirme en una experta en coctelería por una noche no lo veo tan inviable: si en el aeropuerto de Nueva York conseguí que un tipo malhumorado del control de metales me dejara pasar con una pieza de recambio de motocicleta para un amigo, ¿cómo no voy a poder preparar una buena copa?
El nivel de desafío aumenta en el caso de los cuentos para dormir: siempre he tenido mucha imaginación, el problema es mantenerme despierta, porque en cuanto me acuesto mis ojos se cierran como los de una muñeca.
Por supuesto, si empiezo a visitar el sitio web de Marina Rinaldi justo después de mediados de agosto, creo que podré conseguir regalos para mis amigas. Y en ese momento solo me quedará un único esfuerzo: ¡recordar dónde los escondí hasta Nochebuena!