“Tú que trabajas en moda, dinos, ¿cómo nos vestiremos este invierno?”. He aquí la pregunta que provoca pesadillas a quienes formamos parte del sector. Si no tienes cuidado, te puede sorprender como una puñalada, especialmente en esta época del año. Puedes evitar las reuniones entre amigas no tan cercanas (porque tus mejores amigas lo saben y nunca te tenderían una trampa en el aperitivo relajado del viernes por la noche).
Puedes esquivar a tu tía al menos hasta el día de Todos los Santos, o simular un ataque de tos cuando, en una cena benéfica, la abogada que se sienta a tu lado, con toda su buena fe, te pide consejos de moda. Tarde o temprano bajarás la guardia, por ejemplo, en la panadería, y ¡zas!, todas las cabezas se girarán al mismo tiempo para escuchar tu respuesta
¿Cuántas veces he intentado decir que no, que afortunadamente ya no vivimos en aquellos tiempos en los que la gente abrazaba, sin hacerse preguntas, una tendencia ideada de antemano por las marcas y bautizada por la prensa? ¿Cuántas veces he explicado que las tendencias solo son ideas y que deben reinterpretarse en función de los gustos y la constitución física de cada uno? ¿Cuántas veces he invitado a los demás a que primero se pregunten si lo que llevan puesto les hace sentir bien?