Pasión por la cachemira

La mayor parte del tiempo pienso que soy una buena persona. No digo que sea una santa, porque hay una mentira que siempre cuento: que estoy llegando cuando apenas estoy saliendo de casa.

 

 

Mi convicción de que soy una chica decente que dice “gracias”, “por favor” y “disculpe” porque lo siente y no porque se vea obligada se tambalea cuando se trata de mis jerséis de cachemira.
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Si tuvieras algo valioso en tus manos, ¿qué harías?

 Prestarías la máxima atención, buscarías el lugar adecuado para guardarlo y lo tratarías con guantes de seda, ¿verdad? Pues yo, mis queridos jerséis de cachemira los pringo de mermelada (malditos cruasanes), me los pongo, los lavo y los vuelvo a usar hasta el agotamiento, y por la noche, cuando me los quito, los lanzo sin cuidado sobre la butaca del dormitorio

 

 No me preguntéis por qué, el hecho es que esos pobres suéteres, cárdigan, jerséis de cuello vuelto y similares siempre terminan mal. Si yo fuera una científica decidida a salvar el mundo con un antídoto contra la violencia, la estupidez y la arrogancia, estaría justificado. Lo peor del asunto es que conozco perfectamente las normas para tratar adecuadamente la más noble de las fibras y mantenerla impecable y bonita durante mucho tiempo. 

 

La cachemira no es un material cualquiera

Regla número uno: prohibido hacer una bola con la cachemira como si estuvieras jugando al fútbol con ella. La fibra necesita distenderse, como cuando estiras después de entrenar, por lo que es fundamental encontrar un lugar tranquilo donde colocarla, quizás sobre una toalla.

 

Regla número dos: cepíllala con delicadeza, a ser posible con una herramienta especial. Teniendo en cuenta que desde que nací me peino con la mano debido a mi masa de pelo rizado, he acumulado quién sabe cuántos minutos extra que ahora puedo invertir en peinar mis suéteres porque, a este ritmo, aparecerán esas molestas pelotillas que el cepillado ayuda a reducir y prevenir.

 

 

Regla número tres: dejarla respirar durante la noche. Me gusta imaginar a la cachemira, mientras duermo, meditando sobre las aventuras de su día o recuperándose del estrés de la rozadura constante del malvado bolso.

Regla número cuatro: guardarla en su propio embalaje, sin amontonarla en un armario abarrotado.

 

Regla número cinco: lavarla en la lavadora en el ciclo delicado sin preocupaciones. A la cachemira le gusta removerse un poco en el tambor, siempre y cuando luego la extiendas para que se seque, porque la cachemira y el tendedero son enemigos acérrimos.

 

Regla número seis, la más importante para una persona torpe como yo: utilizar una servilleta como una niña pequeña cuando voy a desayunar a mi pastelería favorita donde los cruasanes están repletos de mermelada.

 

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La Cachemira

Se obtiene esquilando a mano la capa interna de una raza específica de cabra, la hircus, que se encuentra principalmente en las frías regiones montañosas de Asia Central, como Mongolia, China, India e Irán. Y para complicar aún más las cosas, cada cabra solo puede proporcionar una pequeña cantidad de materia prima, unos 200 gramos al año, una miseria comparada con la lana de oveja. En resumen, esas preciosas hircus comparten conmigo la parte de su pelaje que más abriga. Como mínimo, debería agradecérselo cada vez que me quito el suéter, pero no es suficiente. Si quiero prolongar la vida de mi ropa, tengo que es

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¿Quién está detrás del nuevo Fashion Journal de Marina Rinaldi?

Nacida en Biella y milanesa por elección, es una periodista de moda, estilo de vida y sociedad apasionada por el buen humor. Trabajó como periodista para Milano Finanza Fashion y luego pasó a Vanity Fair, hasta que renunció para dedicar más tiempo a proyectos personales, la escritura, el tango, el running y sus amados gatos. Hoy es colaboradora de Vanity Fair, L’Officiel, Marie Claire y Style Magazine - Corriere della Sera.