Amor por el denim

¿Tienes un gran amor, de esos que primero te hacen sufrir y luego, cuando casi lo has dejado atrás, ¡BAM!, te lo encuentras de frente con un ramo de flores en la mano?

 

Yo sí, se llama JD, nos conocemos desde siempre y estoy enamorada de él desde que era pequeña.  Es más grande que yo y tiene ese encanto que, con el tiempo, lo hace cada día más irresistible. No es ningún dandy, creció en un entorno humilde, no estudió en colegios de élite y, sin embargo, todo el mundo muere por él, porque si algo le sobra es carisma.

 

 Me encanta esa mezcla de fuerza y amabilidad. Al principio se hace el duro, a veces es un poco brusco, pero ya sabes, es fuerte y libre, y si se encariña contigo nunca te abandonará. Su nombre es Denim, Jeans Denim.

 

Ser la menor de tres hijos tiene sus ventajas, como acceder a la discografía completa de los Beatles a los cinco años y soñar despierta con los grandes mitos de mis hermanos mayores. En concreto, observaba los vaqueros acampanados que usaba mi hermano adolescente cuando era apenas una niña y me decía a mí misma: un día serán míos.

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No sé en vuestra casa

Pero en la mía la regla era heredar la ropa de los hermanos y a mí me atraían especialmente aquellos vaqueros. La pequeña “fashionista” que llevaba dentro quería consolidarse con los primeros experimentos de mezclar y combinar. El hecho es que los observaba y los observaba, esperando el día en que fueran demasiado cortos para él y perfectos para mí. Pero no tuve en cuenta el “factor P”.

 

Mi madre siempre llamó con alegría “patapeo” al trasero de las mujeres de la familia: un apodo divertido que celebraba nuestras curvas, que para ella eran un auténtico y sagrado emblema de feminidad.

En mi ingenuidad, jamás imaginé que, además de alargar mis piernas al crecer, mis curvas también se intensificarían. Así que, el fatídico día en que mi hermano mayor decidió renunciar oficialmente a sus vaqueros acampanados y me lancé a probármelos frente al espejo, JD me rompió el corazón: se quedaron atascados a medio muslo.

 

A partir de ese momento, todo fue un tormento: los vaqueros de mis sueños habían ido a parar a mi primo y yo arrastraba periódicamente a mi madre a las tiendas de vaqueros (sí, existían, y eran toda una institución) donde, para acomodar mi “patapeo”, se me formaba un pequeño bulto en la parte posterior de la cintura, una especie de canguro invertido.

 

 

 

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En un momento dado me di por vencida.

Me decía a mí misma: “Venga, con todas las faldas preciosas que tienes, ¿qué más te da un par de vaqueros?” Me lo repetía una y otra vez. Como reacción a esto, pasé buena parte del instituto llevando solo faldas largas hasta los pies, hasta que, en cierto momento, decidí pasar página.

 

El tiempo transcurrió y me fui consolando con cazadoras, camisas y faldas de denim, en especial aquella con vuelo con la que pasé momentos inolvidables. Hasta que un día, de repente, ahí estaban: unos vaqueros acampanados, sin duda parientes lejanos de los de mi hermano, plantados justo delante.

 

 

“No te dejes engañar”, me digo. “No querrás caer otra vez en lo mismo, ¿verdad? Ya sabes que el ‘factor P’ es implacable”. Pero nada, ellos siguen ahí con una pinta increíble, observo con discreción su pernera ancha, con el desgaste exacto que me vuelve loca. Pierdo la compostura, corro al probador, me los pruebo y me quedan perfectos.

 

No, no solo me quedan perfectos, sino que además puedo sentarme sin riesgo de ponerme morada. Y nada, desde ese momento somos inseparables, de hecho creo que JD, un día de estos, me va a pedir matrimonio.

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¿Quién está detrás del nuevo Fashion Journal de Marina Rinaldi?

Nacida en Biella y milanesa por elección, es una periodista de moda, estilo de vida y sociedad apasionada por el buen humor. Trabajó como periodista para Milano Finanza Fashion y luego pasó a Vanity Fair, hasta que renunció para dedicar más tiempo a proyectos personales, la escritura, el tango, el running y sus amados gatos. Hoy es colaboradora de Vanity Fair, L’Officiel, Marie Claire y Style Magazine - Corriere della Sera.